Che, el médico, el dentista... la vida

Los octubres, más que otros meses, amontonan recuerdos coronados en una boina, disuelven quebradas fatales y traen anécdotas hermosas de un nombre de tres letras mágicas: Che.

Pero, a veces, a esas evocaciones sobre el revolucionario ejemplar les faltan lados que completarían mejor la semblanza del hombre multifacético de carne y hueso. Osviel Castro Medel y Aldo D. Naranjo. Juventud Rebelde

Es vivificante, por ejemplo, encontrar en la búsqueda de esas aristas menos trilladas varios relatos que lo dibujan como un médico integral, humanista en toda fecha, salvador de vidas lo mismo en la Sierra que en la Pampa.

Relatos como el de Arquímedes Fonseca, un herido rebelde del primer combate de Pino del Agua: “Me llevaron para el batey donde el Che estaba atendiendo a los casquitos. Al verme el dedo, que lo tenía totalmente desprendido, me echó un montón de cosas. Luego cogió un pedazo de tabla de caja de dulce de guayaba y con gasa me lo entablilló”.

O narraciones como las de Polo Torres —el célebre Capitán Descalzo de las montañas de Buey Arriba—, que dibujan a un Ernesto Guevara armado al mismo tiempo con su fusil y su instrumental médico.

“La verdad es que Che prefería el combate y la vida guerrillera a la profesión de médico. Pero en aquella situación no se lo noté, porque vi que se le salían las dos cosas juntas: la moral de médico y la responsabilidad de jefe; no descuidaba a nadie, curaba aquí y allá, con agua hirviendo, con una medicina, con una inyección (…). Por sus cuidados no se moría nadie”, comentó este campesino sobre su primer encuentro con el Guerrillero Heroico en 1957.

 

Es estimulante también descubrir en esa exploración que el Che se había graduado de médico en Buenos Aires en 1953 con el objetivo premeditado de ayudar a los demás y de curarse él mismo el asma crónica que tanto lo mortificó en la vida.

 

MÉDICO Y GUERRILLERO

 

Según los estudiosos del Comandante de América, dos hechos trágicos familiares (además del deseo de vencer su enfermedad respiratoria) lo inclinaron a la Medicina: un derrame cerebral de la abuela Ana y la enfermedad de Celia, su madre, quien tuvo que ser operada de un tumor en 1945.

 

Aún sin haberse graduado, en su recorrido con Alberto Granados por varios países de Latinoamérica, llegó a un leprosorio en medio de la selva peruana y trabajó allí días como galeno.

 

Más tarde publicaría unos estudios sobre alergia, realizados a instancias del eminente profesor Salvador Pisan, coautor de los materiales. Y luego en México, donde conocerá a Fidel y a otros revolucionarios cubanos, trabajaría como docente en las prácticas de Fisiología humana.

 

El 5 de diciembre de 1956, en medio de un diluvio de balas enemigas en Alegría de Pío, se ve ante una dificilísima disyuntiva: escoger la caja de proyectiles o su preciado botiquín de campaña. Finalmente optó por la primera.

 

Pero esta decisión obedeció a una circunstancia. El Che nunca miró esta profesión desde la distancia a contrapelo de lo que plantean algunos. Tan así es que a la hora de su muerte en tierras bolivianas llevaba dentro de la mochila un libro de Medicina.

 

EN EL EJÉRCITO REBELDE

 

Luego del combate de La Plata (17 de enero de 1957) el Guerrillero Heroico se dedicó, por orden de Fidel, a curar a los soldados de la tiranía heridos en la acción. Lo hizo nada más y nada menos que con las escasas reservas médicas de los rebeldes.

 

No hay duda de que este hecho dejó en él tremendas huellas. Tal vez a partir de ese momento comenzó a comprender la relevancia de su profesión y a interiorizar que en una guerra los medicamentos no solo se destinan a sus compañeros sino también a los lesionados del campo enemigo.

 

Meses después, al adentrarse en la Sierra Maestra y terminar las largas caminatas, aprovecha su efímero descanso para aliviar los dolores de la tropa: las llagas, alergias, fiebres, etc.

Al mismo tiempo hace consultas en los pequeños poblados a donde llega el Ejército Rebelde. Los casos clínicos fundamentales de las montañas en aquel entonces “le metían miedo” a cualquiera: vejez prematura, parasitismo, raquitismo, avitaminosis, “niños de vientres deformes”, falta de asistencia estomatológica…

 

Esta labor del Che era muy dura porque, como él mismo expresa, “no tenía muchos medicamentos” y, además, resultaban disímiles y demasiado complicados los casos que debía enfrentar.

 Luego del choque de El Uvero (28 de mayo de 1957) —donde deviene verdadero héroe— Ernesto Guevara atiende, con mil esfuerzos, a los más de 20 heridos de ambos bandos. Allí dio calmantes, entablilló, suturó, extrajo balas…

Posteriormente se le dio la misión de cuidar a siete guerrilleros heridos. Cumplió su cometido con excelencia: a pesar de la humedad y la hostilidad “salvaje” del lugar ninguno de ellos sufrió la más mínima infección.

 

Al evocar aquella etapa en el futuro, se refería insistentemente —acaso con cierto aire de autocrítica y nostalgia— a su papel como médico dentro del Ejército Rebelde.

 

Al respecto pensaba que quizá debió haberse dedicado más a atender a los heridos y enfermos en vez de “agarrar un fusil e ir a demostrar en el frente de lucha lo que uno debía hacer”.

 

Pero parece desde todo punto de vista una autocensura extrema. El propio Capitán Descalzo comenta que en los días posteriores de la lucha, Guevara mantuvo una extraordinaria preocupación por las “cuestiones médicas”. Eso lo prueba el rústico pero utilísimo sistema de hospitales que instaló en las serranías y por el que mereció la felicitación personal de Fidel.

 

“El mismo hospitalito de La Mesa —expresa Hipólito— lo hicimos en un día. Che me dio la misión y yo no hallaba el guano, ni las tablas, ni nada. Finalmente conseguí los materiales después de mucho correteo con Tutú Almeida. Levantamos aquello en menos de lo que canta un gallo.

 

“Cuando terminamos —acota— le enseñé el hospital al argentino, pensé que me iba a llenar de halagos: nada de eso; más bien me dijo: Polo, pues asegúrate porque vos tendrás que dar mucho pico y martillo todavía. Así vinieron luego los puestos médicos de California, El Plátano y Agua al Revés”.

 

El SACAMUELAS

 

El 26 de junio de 1957 el Guerrillero Heroico, en una decisión sumamente atrevida, inicia su carrera de odontólogo y se convierte de esta forma en el “temible” sacamuelas de la Sierra.

 

Con su sinceridad de siempre escribiría él años después que “tenía poca pericia en esta actividad”. Además, contaba con poca anestesia por lo que se veía obligado a usar bastante la “anestesia psicológica”. Esta consistía en “llamar a la gente con epítetos duros cuando se quejaban demasiado por los dolores en su boca”.

 

Rafael Lienz, combatiente del Ejército Rebelde narra que como parte de dicha “anestesia psicológica” el Che simulaba ponerles una especie de pomada “antidolor” a los pacientes y que estas “complicadas” extracciones se hacían por lo general “con la gente amarrada a un taburete”.

 

A veces, el Che fallaba en sus intentos “estomatológicos” como sucedi�� cuando trató de sacarle un colmillo a Joel Iglesias. “Todos mis esfuerzos —dice el Comandante Guevara— resultaron infructuosos (…) faltó solamente ponerle un cartucho de dinamita”.

 

Por otro lado ganó fama por su pesada mano de dentista. Lienz cuenta que en una ocasión Lalo Sardiñas dijo que le dolía una muela y el Che, sin perder tiempo, le contestó: “Pues hay que sacártela”.

 

Lalo, un valiente ante los proyectiles, esquivó la propuesta un rato más tarde: Ya se me alivió el dolor de muela; no hace falta sacármela.

 

Pero a pesar de ser terribles algunas de las extracciones sin anestesia, el Che resuelve un gran problema de los moradores de los lomeríos y de la tropa misma.

 

También en Bolivia según refiere en su Diario, realiza algunas extracciones en aquellos sitios rurales.

 

Si en ambos países se “aventura” a ejercer como dentista es, sobre todo, por su sempiterno afán de ayudar a los demás. Se inscribió, así, como el primero y más humano de los dentistas de la Sierra y de la Pampa boliviana.

 

CRITERIOS

 

El Che, además, elaboró una valiosa teoría sobre el papel del médico revolucionario en la sociedad y en particular en la lucha armada.

 

“El principio en que debe basarse el atacar las enfermedades, no es crear un cuerpo robusto con el trabajo artístico de un médico sobre un organismo débil, sino crear un cuerpo robusto con el trabajo de toda la colectividad sobre toda esa colectividad social”, decía.

 

También apuntaba que “el trabajador médico debe ir entonces al centro de su nuevo trabajo, que es el hombre dentro de la masa, el hombre dentro de la colectividad”.

 

Respecto a la guerrilla planteaba que en la etapa nómada de la tropa el galeno devino una especie de “sacerdote” que parecía llevar en su mochila desprovista el necesario consuelo. Según él, en esta fase, el médico ejerce una influencia tremenda sobre los guerrilleros, “su prédica prenderá en la tropa con mucho más vigor que la dada por cualquier otro hombre de ella”.

 

Asimismo definía otras dos etapas de la guerrilla: la seminómada y la sedentaria. Durante la primera se pueden establecer centros asistenciales rudimentarios para los primeros auxilios y en la segunda el médico tiene un mayor contacto con la población civil y está asesorado por cirujanos y otros especialistas.

 

Otro postulado del Che era que la medicina debía utilizarse en casos extremos. Por eso hacía especial énfasis en la prevención de las enfermedades, en la higiene y en una dieta lo más balanceada posible.

 

Dentro de sus conceptos veía al médico como un ser virtuoso, solidario, humano, sin egoísmo y dispuesto a morir por salvar una vida no importa de quién.

 

UN LIBRO ESCRITO DE OTRO MODO

 

En su época de adolescente el Che soñaba, según él mismo expresa, con convertirse en un investigador distinguido y publicar libros sobre Medicina. Su padre Guevara Linch contó cierta vez que cuando Ernesto realizaba el primer viaje por América del Sur le comentó: “Estoy escribiendo un libro sobre la función del médico en América Latina”.

 

Años después el propio Guerrillero Heroico diría que durante la revolución guatemalteca de Jacobo Arbenz “había empezado a hacer unas notas para normar la conducta del médico revolucionario. Empezaba a investigar qué cosa era lo que necesitaba para ser un médico revolucionario”.

 

Con el tiempo, sus anhelos quedaron definitivamente aplazados; las colosales tareas que tenía que enfrentar lo absorbían por completo. Además en aquel interminable ajetreo descubrió que “para ser un verdadero médico revolucionario había que hacer primero la Revolución”.

 Por esta razón es que, sin apartar jamás el camino del galeno va al encuentro de molinos con la adarga al brazo; va con su corazón a construir soles a cualquier parte.